Un proceso de reestructuración financiera se origina cuando se evidencia dentro de la empresa una duda razonable en lo que respecta a su capacidad para cumplir con los compromisos adquiridos con los acreedores (siendo habitualmente éstos, entidades financieras, acreedores comerciales, instituciones públicas, etc).
Las causas que llevan a una compañía a tener que abordar un proceso de reestructuración se pueden producir, tanto por problemas inherentes a la propia empresa (operativos, de gestión, financieros, etc.) como por amenazas sectoriales o cambios de ciclo en la actividad económica.
El proceso de reestructuración financiera no debería acometerse cuando la empresa ya esté afectada por una falta de liquidez, escenario que se produce de manera habitual, sino que debe ser el resultado de un análisis previo que implica un seguimiento pormenorizado de aspectos tanto macroeconómicos (indicadores generales de la economía comparativa con las empresas del sector, marcos regulatorios, etc.) como microeconómicos (ratios de rentabilidad de la compañía, ratios financieros, etc.).
El paso inicial que la compañía debe dar ante esta problemática es comunicar a todos sus acreedores la situación real de la empresa y dar paso a una negociación que impida el vencimiento anticipado de las deudas por el incumplimiento de los pactos.
A partir de aquí, se desencadena todo un extenso y arduo trabajo financiero y jurídico que difícilmente puede ser realizado internamente por cualquier compañía.